Les decía que una noche cambió todo. Y fue así:
El 9 de diciembre de 2005 estaba viendo en directo el sorteo para el mundial de futbol Alemania 2006 y desde que comencé a ver aquél movimiento de sobres y biombos tuve la percepción de que había hallado lo que durante tanto tiempo había buscado.
Dejé el sorteo a la mitad, corrí a mi computadora y pasé allí el resto de la noche y la madrugada. Cuando la claridad del sábado 10 llegó totalmente, yo no podía salir de mi asombro.
Había logrado amoldar todo el sistema de pronósticos de datos a una interfaz que era fácilmente manipulable por alguien que no supiera nada de computadoras y a la vez con el mayor nivel de acierto que jamás contemplé.
La prueba final había sido, ya casi despuntando el alba, recrear los resultados de la semana inmediatamente anterior desde el lunes 5 al viernes 9 de aquel mes.
El resultado fue apoteósico: el 829 del lunes entre cuatro posibles, el 554 del martes, solito, el 842 del viernes entre dos favoritos, estaban ahí impresos en el papel y yo no hallaba en mi cerebro una palabra para poder pronunciarla.
Necesitaba probar con otras fechas, pero la noche en claro había hecho sus estragos y me fui a dormir, satisfecha con la felicidad de quien sabe que descubrió una mina de oro.
Bien entrada la tarde del sábado 10, luego de un buen baño y un reparador almuerzo, regresé a la computadora y después de verificar varias veces los detalles para constatar que nada había sido soñado, corrí una prueba para la semana inmediatamente anterior a la que ya había hecho. El resultado fue parecido.
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